Los ingenieros de la Edad Media idearon ingeniosas formas para conseguir aumentar la estabilidad y la resistencia de la estructura de las catedrales. Entre las más importantes está el uso de los llamados arbotantes, arcos que se apoyan en los muros de la catedral y en pilares situados a sus lados. Este recurso permitía descargar el peso de los muros y de la cubierta, y repartirlo entre los propios muros y los pilares. Con esto se conseguía elevar el tamaño de las catedrales, alcanzando alturas de casi 100 metros